¿Hay que enseñar las unidades fraseológicas en clase E/LE? ¿Estas unidades resultarán útiles a nuestros estudiantes en su día a día? ¿Un hablante no nativo se puede considerar competente en una lengua extranjera si no conoce o no domina el uso de las unidades fraseológicas? ¿Se trata de elementos imprescindibles para la comunicación? ¿Merece la pena dedicar tiempo y esfuerzo a su enseñanza? Con estos interrogantes inicio mis reflexiones sobre los pros y contra de la enseñanza de las unidades fraseológicas.
La dificultad podría ser una de las primeras razones que algunos aducirían para desterrarlas de nuestras aulas. No me refiero a la dificultad solamente en el sentido de que “como son difíciles de enseñar/aprender y requieren mucho esfuerzo por parte del docente y del alumnado, no merece la pena dedicarles tiempo”. Cuando digo “dificultad”, pienso en las dificultades de identificación, clasificación, sistematización,… Nosotros, hablantes nativos del español, utilizamos las unidades fraseológicas de forma natural, sin darnos cuenta, sin llamarlas por su nombre. ¿Cuántas personas sabrían darnos ejemplos correctos de unidades fraseológicas? Menos aún sabrían distinguir una locución de una colocación o de una fórmula rutinaria. Puede ser que a algunos les suene lo de las locuciones y le llame locuciones a todo.
Sin embargo, todos las usamos correctamente, sabemos qué significan, reconocemos que es incorrecto decir “poner los pelos de extremo” o “a barrancas y a trancas”. Las hemos interiorizado, las utilizamos sin esfuerzo. El esfuerzo y la dificultad llegan a la hora de hablar sobre ellas, de teorizar. Antes de poder enseñarlas, el que enseña debería tener las ideas claras, tanto en los aspectos prácticos como en los teóricos.
No hemos recurrido a un metalenguaje para aprenderlas y usarlas, pero, ¿necesitamos ese metalenguaje para enseñarlas? ¿Hay que usarlos en nuestra clase? Recuerdo mis años en el instituto y las indicaciones de mi profesora de inglés sobre las “collocations”. Me las sabía de memoria, sin embargo no las usaba para nada, excepto en los ejercicios específicos. ¿Acaso vale eso para algo? Como estudiante de una LE quiero ser capaz de comunicarme adecuadamente y, si para ello, necesito incorporar a mi discurso las famosas “collocations”, quiero aprender a USARLAS con la misma naturalidad con la que lo hace un nativo, no me interesa si se llaman “collocations” o “marimorena”. Creo que el metalenguaje y la concienciación teórica solo serán útiles en niveles muy avanzados. Lo ideal (si es posible) sería que esas formas penetrasen en el aprendiz E/LE por los poros (o por los oídos, para ser más exactos). Deberían aprender la forma, el significado y el uso. Las unidades fraseológicas poseen una dimensión pragmática, por lo que su empleo puede ser juzgado en términos de adecuación al contexto social. Esto significa que determinados factores extralingüísticos, que guardan relación con el uso del lenguaje, influyen en el correcto empleo de las mismas. De este modo, el uso de una unidad fraseológica en un contexto inapropiado puede romper convenciones de cortesía y llevar a errores de comunicación.
Siguiendo el hilo de la dificultad, otra razón en contra de su enseñanza sería la aparente intraducibilidad. Pensemos en aquellos métodos de enseñanza que se basaban en la traducción y en los que la L1 desempeñaba un papel fundamental. Dependiendo del par de lenguas en cuestión, habrá infinidades de unidades fraseológicas que no tengan equivalentes claros en la lengua materna del estudiante. Desprovisto de su herramienta principal de enseñanza (la traducción), los docentes que seguían este método se sentirían huérfanos e incapaces de transmitir esos conocimientos. Además, sus estudiantes, al construir sus discursos a partir de su L1, tratarán de traducir literalmente las construcciones fraseológicas propias de su lengua en la construcción de sus discursos en L2. Nos encontraremos con oraciones artificiales, poco idiomáticas. Una colega de inglés ha hecho un estudio con estudiantes universitarios franceses nivel C1 y los resultados revelaban que la mayoría de los errores cometidos por los estudiantes se debían a problemas con las colocaciones y otras unidades fraseológicas. A partir de ese estudio, ella está desarrollando actividades específicas para mejorar el conocimiento y control de estas unidades.
¿Qué más se podría decir en cuanto a las desventajas de su enseñanza? ¿Que no son necesarias? ¿Que se puede fácilmente prescindir de las mismas? ¿Que nuestros aprendices pueden hacerse entender sin necesidad de recurrir a ellas? Quizás el estudiante pueda transmitir mensajes correctos sin usar ninguna unidad fraseológica, pero ¿será un hablante competente?, ¿su discurso será natural?, ¿cuál será el alcance del mismo?, ¿hasta qué nivel de aprendizaje lo puede hacer?, ¿no se verán mermadas sus posibilidades expresivas y su capacidad comunicativa? Si podemos decir un quizás en lo referido a la producción del discurso, lo mismo no lo podremos decir en relación a la recepción. Si ese mismo estudiante se enfrenta a textos orales o escritos en castellano, será casi imposible que no se encuentre con esas unidades por el camino. Os invito a hacer la prueba: coged una noticia de un periódico o escuchad una noticia en la radio y contad el número de unidades fraseológicas con las que os encontraréis.
Sin ese rico caudal lingüístico formado por las unidades fraseológicas los enunciados de nuestros alumnos adolecerán no solo de falta de naturalidad, sino también de creatividad y belleza. Me acuerdo de un taller de escritura creativa de francés lengua extranjera en la que la profesora nos invitó a deconstruir las colocaciones, refranes y otras frases hechas y, a partir de ahí, inventar combinaciones extravagantes para crear un relato poético. Partimos de las fórmulas fijas e idiomáticas para luego crear otras inexistentes. Fue una actividad genial. Entre todos construimos un texto titulado “pintar el invisible”.
Para terminar me gustaría apuntar dos cosas. La primera está relacionada con las diferencias dentro de la geografía de hispanohablantes. Hay una expresión que se usa en México que me llamó mucho la atención la primera vez que la escuché: “vestida y alborotada”, la equivalente a nuestra “compuesta y sin novio”.
La segunda se refiere a los préstamos o influencias de otras lenguas. En español lo estrictamente correcto es decir “desempeñar un papel”, pero se usa más habitualmente “jugar un papel” por influencia de “play a role”.