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Mis primeros pasos

 

- Profesora de lengua extranjera -

 

 

Mi primer contacto con la docencia se remonta al año 2005 cuando empecé a impartir clases particulares a domicilio y en academias. En aquel entonces me ocupaba de casi todas las asignaturas (matemáticas, química, física, lengua española, gallego, inglés, francés) en los diferentes niveles de la E.S.O. y de Bachiller.

 

De esa época he aprendido la importancia de la cercanía del docente, de la existencia de una comunicación fluida entre profesor y alumnos y, sobre todo, de la atención personalizada y adaptada a las necesidades de cada estudiante. En pocas palabras, interioricé dos aspectos fundamentales de la profesión docente (oficio este, que es, en mi forma de sentirlo, el más hermoso del mundo): enseñar es amar (si uno no ama esta profesión, si no ama aquello que enseña, si no le gusta tratar con la gente, si no quiere a sus aprendices, entonces mejor es dedicarse a otra cosa) y enseñar es también aprender día a día.

 

Mi siguiente experiencia docente fue en calidad de auxiliar de conversación de español en Francia. Era la primera vez que me enfrentaba a una clase más numerosa, con la dificultad añadida de que mis alumnos hablaban un idioma que yo no dominaba totalmente. ¿Cómo hacerles hablar español conmigo y entre ellos? En aquel entonces aprendí nuevas formas de hacerse entender y de transmitir lo qué uno desea enseñar.

 

Aquel fue un período muy creativo e intenso en el que no solamente me vi obligada a agudizar mi ingenio para diseñar unidades didácticas atractivas e interesantes sino que tuve que ponerme en la piel de mis estudiantes para tratar de saber cuáles eran los aspectos de la lengua española que, como francófonos, más les costaba. Aprendí a reflexionar sobre mi propio idioma y a convertir cualquier documento (un anuncio de TV, un slogan publicitario, un fragmento de una película, un titular de una noticia, un folleto turístico, una receta de cocina, un diálogo de una novela, una viñeta de un cómic, un poster de una campaña sanitaria,…) en un material didáctico para enseñar contenidos lingüísticos y culturales. Desde entonces padezco esa especie de “deformación profesional” de coleccionar documentos pedagógicamente ricos.

 

En 2009 viví mi primera experiencia como docente universitaria. Me ocupé de las asignaturas de lengua portuguesa en la Diplomatura de Turismo y en el Grado de Traducción e Interpretación. En menos de dos años había pasado de ocupar un asiento entre la audiencia a ser la que, desde atril, tenía que llevar la batuta. Siempre “impresiona” volver a tu antigua facultad en calidad de docente de una asignatura. A eso se le añadía una segunda transición: pasar de dar clases a adolecentes a trabajar con adultos. Al cambiar el público meta, también tenía que cambiar mi forma de enseñar. Los principios fueron difíciles, pero pasados dos meses ya me sentía más segura en mis zapatos. Mi principal objetivo fue adaptar/armonizar los contenidos de mi asignatura a las exigencias del mercado laboral al que accederán mis alumnos una vez terminada su formación, lo que se conoce como “enseñanza de idiomas para fines específicos”.

 

En 2010 regresé a Francia para ocuparme de las asignaturas de español lengua extranjera en un instituto. Con un bagaje mayor, gracias a mis experiencias anteriores, pude combinar mis actividades docentes con trabajos de investigación en el área de las TICE (tecnologías de la información y la comunicación para la enseñanza). Además, empecé a asistir a cursos de formación de profesorado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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