La enseñanza: un camino para la vida
El docente se enfrenta cada día a nuevos retos, se le exige que sea un profesional polifacético. Abundan las metáforas que tratan de dibujar el retrato del docente perfecto: director de orquestra, serpa, pastor de ovejas, animador, constructor, comunicador, psicólogo, analista, investigador, entrenador de fútbol, inventor,… Y, con la integración de las TIC en la práctica docente, se añaden nuevos perfiles: e-tutor, e-moderador, coach, diseñador de contenidos virtuales, experto en TICE, e-gestor, e-pedagogo, etc. En fin, se le espera del profesor que sea una especie de navaja suiza.
Si bien la docencia es uno de los oficios más exigentes y complicados, siempre me he sentido atraída por ella. Así, con una maleta llena de ilusión y con enormes ganas de enseñar/aprender he empezado mi viaje por este sendero. Como todo camino, he encontrado muchas piedras, pero los frutos que he recogido afianzan mi convicción primera: la enseñanza es mi camino de la vida. Una de las cosas que me motivan del trabajo como docente es el hecho de que siempre nos enfrentamos a nuevas situaciones y nuevos retos que nos exigen estar siempre al día para no quedar rezagados.
Hace más de treinta años se produjo en la enseñanza la transición de la predominancia del docente a la preeminencia del aprendiz. El alumno ha dejado de ser considerado como un mero receptáculo de informaciones. El profesor, a su vez, ha dejado de ser el omnipotente dispensador de conocimientos y deberá asumir los roles de guía, explorador, animador, creador de materiales didácticos, en fin, organizador de situaciones de aprendizaje diversas. En tanto que guía y facilitador del aprendizaje o creador de oportunidades de aprendizaje, el docente se convierte en una especie de Ariadna que ofrece al aprendiz el providencial hilo para ayudarle a salir con éxito de los laberínticos pasajes de su formación. El profesor se convierte en constructor de puentes por los que cruzarán sus alumnos para alcanzar los conocimientos. Si bien el puente lo construye el docente, es el alumno el agente activo: es el que camina sobre el puente, nadie puede hacer ese itinerario en su lugar.
Cuando reflexiono sobre mi actividad docente, a menudo me pregunto qué habilidades debo desarrollar. Destacaría las siguientes habilidades que trabajo en mi formación como formadora:
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habilidades pedagógicas (conocimientos no solo de cómo se enseña sino también de cómo se aprende);
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habilidades científicas (dominio de su área del conocimiento);
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habilidades actitudinales (actitud abierta, crítica y reflexiva);
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habilidades comunicativas (dominio de las estrategias de comunicación y de dinamización de las clases);
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habilidades tecnológicas (saber optimizar las nuevas tecnologías adaptadas al aprendizaje);
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habilidades de planificación y gestión (desarrollar estrategias de aprendizaje, planificar las actividades y seleccionar los contenidos y recursos para lograr los objetivos de la asignatura);
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habilidades colaborativas (capacidad para compartir y trabajar en equipo, gestionar y fomentar el trabajo en equipo);
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habilidades evaluativas (saber evaluar y valorar cualitativa y cuantitativamente el progreso continuado de sus estudiantes) pero también autoevaluativas (análisis crítico de la propia tarea docente en función de sus resultados);
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habilidades investigadoras (investigar en la docencia actualizarse, para adaptarse a los cambios que suceden y para innovar).